jueves, 17 de febrero de 2011

Mi Trabajo

Tengo un trabajo rutinario pero me encanta.
Me levanto temprano, muy temprano a la madrugada,
agarro un fósforo, prendo la hornalla, pongo agua en la pava
y después la dejo en el fuego para que caliente.
Mientras tanto me pego un baño para sacarme
la modorra de encima. Salgo de la ducha, me seco,
me pongo un boxer, una camisa manga cortas,
un jean gastado, unas medias de algodón blancas
y termino de vestirme cuando me pongo
unas zapatillas de lona de color rojo.
En verdad nunca puedo terminar de ponerme
la ropa en un intento porque la pava me llama
para que la saque del fuego y es ahí
cuando me llevo puesto el marco de la puerta
con el hombro y disparo absurdamente
un par de palabras injuriosas hacia
la inexistente madre de ese objeto que impactó en mi cuerpo.
Una vez que agarro la pava, el mate y la bombilla,
voy hacia el balcón francés, abro la puerta, la persiana,
respiro un poco del aire místico de la noche y veo
las estrellas que rodean la Luna mientras
escucho temas lentos de los guns, nirvana, redhots entre otros.
Pienso en “nada” cebada tras cebada y me dejo llevar
por la melodía de los temas. Es casi de todos los días que
al entrar en éxtasis me quedo sin agua para el mate.
Es entonces cuando agarro el mate junto a la pava,
voy al lavadero, tiro la yerba al tacho,
después me dirijo a la mesada, lavo y seco todo lo que usé.
Cierro la puerta de la cocina, del baño y del balcón
francés por si llueve pero no bajo la persiana
ya que la luz es fundamental para mi.
Agarro la mochila para salir al trabajo pero
cuando me quiero ir busco las llaves y no las encuentro.
Siempre se esconden de mi y nunca les hago nada.
Trato de hacer memoria para saber donde las dejé y
aparecen misteriosamente debajo del diván.
Las agarro rápido porque siempre siento
que se me hace tarde. Abro la puerta,
la cierro con las cuatro cerraduras, toco el botón del ascensor,
grito que cierren la puerta, nadie me escucha, bajo doce
pisos por la escalera hasta que salgo al garage. Tomo las
llaves nuevamente para abrir el candado de la bici,
empiezo a caminar junto a la bicicleta hacia el portón y lo abro.
Paso con la bici, lo cierro y es cuando me altero
un poco al mirar mi reloj de bolsillo.
Me subo a la bicicleta y pedaleo rápido. Agarro Serrano,
paso por la Plaza Cortazar, doblo por Honduras,
después por Juan B. Justo y le doy derecho hasta el Río de la Plata.
Me bajo de la bici, la encadeno a un poste de luz,
saludo a “Beto” que es un hombre
que no está en sus cabales y vive en la calle
y me voy corriendo hasta el final del muelle del
“Club de Pescadores” donde me espera un bote con dos remos.
Desato el nudo que conecta mi barca con la tierra y
empiezo a remar mientras escucho el sonido
que producen los remos al introducirse en el agua.
A veces el río está medio picado, calculo que
será por las crecientes o no se por que.
A medida que avanzo me alejo mas de la ciudad,
veo las luces cada vez mas pequeñas a tal punto que
la city se convierte en una diminuta maqueta y las luces
se transforman en gotitas luminosas en ese universo ya lejano a mi.
Remada tras remada tomo mas distancia
hasta que esa maqueta se desvanece en el horizonte.
Sigo remando en dirección
contraria a la Luna que ilumina mi camino
hasta que hago un stop.
Nunca nadie me dijo donde tengo que parar pero supongo
que me detengo en el lugar correcto todos los días
porque ningún superior me llamó la atención.
Saco el reloj para fijarme el horario y por suerte
siempre me sobran unos minutos. Entonces me saco las zapas,
las medias y mojo los pies en el agua mientras
improviso una melodía con la armónica.
Pasa un tiempito hasta que las agujas marcan
la hora indicada. Saco los pies del agua,
agarro la mochila y la abro.
El procedimiento es rutinario pero hay que tener
mucho cuidado de no cometer ningún error.
Abro lo mas que puedo el cierre de mi mochila y la estiro.
Introduzco mis dos manos y lo agarro.
Tiene el tamaño de una pelota de fútbol Nº 5.
Lo tomo suavemente y lo dejo en el agua.
De repente alrededor de él se forma vapor, aparecen burbujas,
siento como una simbiosis entre la sal del mar y su textura.
La esfera empieza a regalar colores que nacen
mediante miniexplosiones. Veo diferentes tonos
de colores: violeta, amarillo, rojo, verde, azul entre otros.
Es imposible pasar al papel lo que ven mis ojos
día tras día. Para que tengan una noción de lo que es,
no alcanzarían todas las palabras mas lindas del "Diccionario
de La Real Academia Española" como para poder definir tal espectáculo.
El agua empieza agitarse suavemente,
acuna el bote y se levanta una agradable brisa húmeda.
Ese aire se va convirtiendo en viento. La esfera
va tomando un color rojizo/anaranjado
y su circunferencia empieza a extenderse.
Ese es el indicador de mi retirada.
Mientras me pongo las medias y las zapas
observo todo lo que sucede.
Si bien siempre es lo mismo,
nunca es igual.
Es un ritual muy especial, podría definirlo
como una comunión entre la luz, el agua,
el fuego y el aire. Se siente muy bien.
Mi alma está en paz.
Empiezo a remar en dirección contraria al amanecer.
Vuelvo hacia la orilla de la costa que me vio salir
pero esta vez tengo una perspectiva diferente
ya que nunca me encuentro solo,
siempre observo al Sol en el horizonte y cuando giro
la cabeza, veo la ciudad cada vez mas grande.

Sebastián Koutsovitis

3 comentarios:

  1. mucho mas inspirador que la charla que tuvimos. Me gustó mucho. Y nunca me hubiese imaginado que eras vos jajaaj. Ahora digo, hoy te quedaste dormido? porque no salió.

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  2. es que hoy me dieron un día de descanso y los supervisores no quieren trabajar de mas ajajaj igual si no me daban el día hacia un par de llamados, coordinaba un paro y tampoco salía la Luna y las entrellas jajaja

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  3. loco me mataste con esto te felicito y segui asi un gustazo averte conocido en ese viaje..........

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